La batalla contra el COVID-19 cambió todo

Los contagios del virus COVID-19 se multiplican en un gran número de países y sigue subiendo, mientras las bolsas caen, se rompen las cadenas de suministros, el precio del petróleo y de las materias primas se desbarranca, y una depresión mundial anuncia su desembarco. Este coronavirus tiene el mundo capitalista a sus pies: la batalla eficaz contra él no solo «cuestiona la libertad de mercado», como dijo Grabois[1], también al «opio» de las religiones, hoy la ciencia subió al pedestal del cual nunca debería haber bajado. Cuestiona todos y cada uno de los principios sobre los que se basó el sistema económico capitalista-imperialista y el régimen democrático burgués con sus consecuencias trágicas para un creciente sector de la población mundial. La mayoría de la población trabajadora perdió derechos básicos para la vida, las condiciones escenciales para prevención de enfermedades y enfrentar pandemias: el derecho a la vivienda y al habitat saludable, el derecho a la nutrición (no es lo mismo que paliar el hambre) y el derecho al ocio.

Una crisis sanitaria y social de incalculables consecuencias cuya resolución queda en manos de los científicos cuyo papel es de incalculable valor, pero también de líderes políticos que aplicaron, de forma reiterada, brutal e irresponsable, políticas de austeridad que afectaron los planes de salud y llevaron a la destrucción los sistemas de seguridad social. Por crisis de 2008, destinaron fondos públicos a los bancos para salvarlos, para evitar un colapso financiero mundial, en 2015, más de 56 países habían recortado sus presupuestos de salud sin medir las consecuencias. A la vez, no ejercieron regulación ni control para la industria farmacéutica, al contrario el negocio de las drogas y de los tratamientos médicos para las enfermedades crónicas, fue creciendo en ganancias siderales para sus dueños y en menor eficacia. De conjunto el multimillonario negocio de la medicina privada creció a la par del creciente deterioro que impide cubrir las necesidades de salud de la mayoría de la población y contar con verdaderas políticas de prevención.

En medio de una crisis de esta magnitud en la que está en juego la salud de millones, las masas populares y la clase obrera que debemos afrontar la baja constante del nivel de vida, deberemos también batallar contra esta epidemia bajo el imperio de las leyes capitalistas limitadas a las fronteras nacionales, a la propiedad privada y a un sistema de explotación del trabajo.

El virus atraviesa todos esos límites, se necesitaría una dirección mundial que ejecutara políticas globales no en función de los monopolios y de la oligarquía financiera sino en función de las necesidades sociales, o sea bajo otros principios opuestos al capitalismo, una dirección obrera y socialista. Cualquiera de estos organismos que el sistema capitalista-imperialista fue creando para pintarse de humanista, como la OMS (organización mundial de la salud) aunque se nutra de científicos e investigadores capaces, solo puede hacer recomendaciones, y dentro de los límites que le imponen los intereses del negocio multimillonario de la industria farmaceútica y de la salud. Y para colmo de males muchos de los gobiernos ni siquiera escuchan sus recomendaciones.

La patronal y los grandes capitales financian con millones de dólares las campañas electorales para que sus candidatos políticos triunfen y gobiernen a su servicio, así en Estados Unidos llegó al poder Trump, un verdadero hombre de negocios disfrazado de político, que por ejemplo, disolvió en 2018 el equipo de Dirección de Seguridad Sanitaria global y biodefensa (National Security Council), creada después del brote de ébola de 2014, y despidió un número importante de trabajadores dedicados a la investigación y tratamiento de las pandemias globales con el solo argumento de «No me gusta tener a miles de personas cerca cuando no se necesitan. Cuando las necesitemos, podremos recuperarlas muy rápidamente»,

Cruzando el Atlántico otro líder delesnable como Boris Johnson ejerce de primer ministro en el viejo imperio. Al mismo tiempo que la OMS declaraba Europa epicentro de la pandemia Jhonson decidió prescindir de medidas de protección para la población y contención del virus. Desoyó los reclamos de políticos y científicos de Gran Bretaña. Johnson optó por salvar «la economía» no a los ingleses y menos todavía a la mayoría trabajadora y sectores medios bajos que dependen de un servicio de salud lamentable. Un país que supo ser un ejemplo del mundo occidental, con el NHS servicio nacional de salud, creado en 1948 bajo el principio de que la atención médica nace de la necesidad de esta y no de la capacidad de pago de cada individuo. El NHS sufre desde fines de los 70 las políticas de privatización de las administraciones laboristas y de las conservadoras que fueron socavando el sistema hasta casi destruirlo. El actual gobierno británico en medio de la emergencia de la pandemia, aplicará el principio inverso: aquellos que tienen capacidad de pago podrá atenderse, en una estúpida y también criminal política que no impedirá tampoco, salvar al país de un probable colapso financiero mundial.

¿Qué podemos esperar de Macron?, «el joven y brillante» presidente de Francia, que desembarcó en el poder para aplicar un plan de destrucción del sistema de pensiones y seguridad social francés. Ante el estallido de la crisis epidemiológica no hizo lo recomendado por la OMS, no postergó las elecciones municipales del domingo 15 de marzo. Para este ex gerente de la banca Rothschild, que supo celebrar costosos banquetes para financiar su campaña a la presidencia, decidió no dejar librado su futuro político a un virus que solo mata a las personas mayores (que son además una carga económica para el Estado). Optó por la defensa de «la democracia francesa» que «nunca en la historia de la V República (desde 1958) sufrió la postergación de alguna elección». Para Macron no habrá COVID-19 que le impida intervenir en esta batalla electoral ni tampoco se doblegará ante el número creciente de muertes.

¿Qué podemos esperar de toda la clase política italiana? Más allá del actual primer ministro de turno, el dato importante es que ese país tiene debilitado al máximo su sistema de salud pública, durante los últimos 10 años sufrió un ajuste tras otro, al compás del crecimiento de la deuda externa después del 2008, significó el despido de miles de trabajadores desde investigadores hasta personal médico y asistencial.

Para ver el alcance y las consecuencias inevitables de esta pandemia en pleno desarrollo debemos comenzar por entender sus causas. La primera es la vigencia del capitalismo, la dominación de la economía mundial por un sistema de explotación y colonización del mundo. Donde la economía capitalista más rica del planeta, los Estados Unidos no tiene plan de salud pública, y en manos privadas y de los monopolios solo ofrece condiciones para la propagación del problema.

Para los trabajadores y clase media norteamericana no solo se agrava la situación por la falta de un seguro médico adecuado sino también por el sistema laboral donde no existe la licencia paga por enfermedad. Según el economista Joseph Stiglitz, durante el gobierno de Trump, las tasas de morbilidad y de mortalidad fueron en aumento, y unos 37 millones de personas regularmente padecen hambre en la economía más rica y desarrollada del planeta. Según el New York Times, 380.000 pacientes de residencias de ancianos mueren cada año por infecciones virósicas mal controladas.

Estados Unidos es la prueba empírica de cómo una clase social, la burguesía, en su agonía, y entendiendo que está constituida por distintos sectores con profundas contradicciones y diferencias, cada vez más ejerce el poder para el sometimiento de los sectores asalariados y de los países, a la vez una clase social casi absolutamente parasitaria pero que se vuelve más peligrosa para la paz mundial, porque tiene capacidad de desatar las guerras más brutales si ve en peligro el dominio de sus monopolios, de sus propiedades, sus fortunas y privilegios y fundamentalmente de su poder.

Pero es incapaz de dirigir y dar una respuesta global a un virus que no conoce fronteras. La investigación científica en el país más rico, solo tiene recursos para las necesidades de los monopolios farmacéuticos, recibe limosnas en investigaciones que no dan ganancia, mientras las corporaciones más importantes, las grandes compañías bancarias y financieras, las grandes fortunas recibieron rebajas impositivas del Estado. El presupuesto militar creció pero el de la salud pública significó para EE.UU. veinte años de recortes de la capacidad de hospitalización, siendo las más afectadas las comunidades más pobres y las zonas rurales, casi desvastadas de servicios. Existen sectores sociales muy vulnerables en el país más rico, entre otros los cientos de miles de trabajadores de cuidados domésticos, de las residencias de ancianos, el personal sanitario con sobrecarga de trabajo de forma permanente, trabajadores de servicios en general, jornaleros, desocupados y personas sin techo. La supervivencia de estos sectores, antes de la pandemia, no era prioridad y tampoco lo será en medio de esta emergencia, el acceso a medicamentos esenciales y a la atención sanitaria no pueden resolverse si solo se favorece las ganancias de las grandes compañías farmacéuticas y del negocio de la salud.


[1] Juan Grabois, dirigente de movimiento social y asesor de Pontificio Consejo de la Justicia y la paz.

Comentarios

  1. bueno ,lo paso .Estado versus Mercado...es tan clara la diferencia.

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