Apenas asumió el poder, el
gobierno de Macri devaluó brutalmente el peso, asegurando que eso no tendría
ningún el efecto inflacionario que todos los economistas burgueses -excepto los
propagandistas inescrupulosos del macrismo- habían pronosticado. Pero fueron
éstos los que tuvieron razón: la inflación se disparó y llegó a superar el 40%
en 2016.
El actual presidente del
Banco Central argentino es el economista Federico Sturzenegger, que se formó en
yanquilandia, en la Universidad de Harvard y en el Instituto Tecnológico de
Massachusetts, donde se pergeñaron las políticas económicas llamadas
«neoliberales». Aplicadas por gobiernos del mismo signo, esas políticas
provocaron en América Latina una seguidilla de crisis que llevaron a la quiebra
a los países y abrieron la «década perdida», durante la cual la clase obrera
trabajó para pagar las deudas contraídas, descontando de sus salarios sólo el
mínimo imprescindible para poder subsistir miserablemente.
Sturzenegger fue uno de los
aplicadores de esa política desde su cargo de secretario de Política Económica
del Gobierno de Fernando de la Rúa. Como secuaz de Domingo Cavallo —el entonces
ministro de Economía— hizo que el país tomara cifras monstruosas de deuda
externa hasta que lo llevó a la quiebra. Todo estalló en 2001: las masas se
sublevaron, De la Rúa debió huir en helicóptero de la Casa de Gobierno y los
políticos de la burguesía argentina, asustados, votaron a dos manos no pagar la
deuda.
Los actuales políticos
«opositores» reclaman al gobierno de Macri que no repita el mismo «error». Pero
no se trata de un error. Sturzenegger es un agente directo y consciente de los
usureros —el capital financiero internacional y local—, y por eso está haciendo
exactamente lo mismo que había hecho antes: permitirles que saqueen el país,
que saqueen sus riquezas.
¿Quién genera las riquezas?
Algunos «sabios» economistas
dicen que la Argentina es un país rico porque tiene toda clase de abundantes
recursos naturales y una mano de obra en promedio bastante calificada. Otros
igualmente «sabios» les contestan que no es así: los minerales, el petróleo, el
gas, el agua, las tierras fértiles de la Pampa húmeda y la mano de obra
efectivamente son recursos, pero no son riquezas. Estos últimos tienen razón:
si los recursos naturales no se extraen del subsuelo o si las tierras no se
ponen a producir, no se genera riqueza. Un científico o un ingeniero generan
riqueza cuando trabajan en un proceso productivo o en el terreno del
conocimiento o de la tecnología, pero si están desocupados no la generan. La
«mano de obra» somos nosotros, los trabajadores manuales e intelectuales, pero
sólo generamos riqueza si tenemos trabajo.
Parecería que los «sabios
economistas» reconocen que los únicos que generamos riqueza somos los
trabajadores. No es así: cómo piensan igual que los capitalistas, ellos
sostienen que para que se produzca riqueza no basta con los trabajadores,
también es necesario el «capital», o sea, las máquinas, equipos e insumos que
permiten que funcionen las fábricas, las minas, los pozos petroleros, los
laboratorios, los centros de investigación tecnológica y científica, etcétera.
¿Y quienes aportan ese capital? Por supuesto, los capitalistas, los patrones,
que son los que compran todo eso con su dinero.
Si miramos las cosas más de
cerca, resulta que esas máquinas e insumos —tornos, agroquímicos, robots—
también las fabricamos los obreros aquí o en otros países, y el dinero «de los
capitalistas» son las ganancias que nos roban pagándonos sólo una parte de
nuestra jornada de trabajo y quedándose con el resto. Esto es lo que los
marxistas llamamos «plusvalía». Conclusión: el «capital», o sea la clase
burguesa, no es necesario para que los seres humanos generemos riqueza.
Hay experiencias históricas
que lo han demostrado. La más significativa es la de la Unión Soviética —donde
una revolución obrera puso en marcha una economía sin capitalistas y
planificada desde el Estado— que no sólo sobrevivió durante 60 años sino que hasta
se dio el lujo de superar durante un tiempo a Estados Unidos en la carrera
espacial, poniendo en órbita al primer satélite (el Sputnik) y al primer ser
humano (Yuri Gagarin).
No nos detendremos aquí a
reseñar por qué y cómo esa experiencia terminó siendo derrotada por el
capitalismo. Basta con señalar que, si los trabajadores lo pudimos hacer,
podemos volver a hacerlo.
¿Cómo se realiza el saqueo?
Una manera de saquear un país
es, por ejemplo, que los capitalistas no reinviertan sus ganancias en comprar
más máquinas y contratar más trabajadores sino que se las guarden para ellos y
las manden al exterior o las vuelquen a la especulación financiera si eso les
da más ganancias que producir algo útil para los seres humanos. Hay muchas más.
Aquí sólo mostraremos cómo está permitiendo y alentando el gobierno el saqueo
financiero.
Macri necesita plata para
tapar el enorme agujero del déficit fiscal —que consiste en que el Estado gasta
mucho más de lo que recauda—. El sistema kirchnerista era poner a andar la
maquinita y emitir toneladas de billetes; tenía patas cortas y e
inexorablemente provocaría una subida incontenible del dólar. Una nueva y mayor
crisis era inevitable, pero todavía no había llegado a ese extremo. El sistema
macrista es diferente: conseguir dólares del exterior y lograr que se cambien
por pesos. Pero para eso el Banco Central también tiene que poner en marcha la
maquinita de emitir billetes.
Sin embargo, el otro gran
problema que tiene el gobierno, además del déficit fiscal, es la inflación, que
en 2016 se disparó a más de un 40%. Como Macri volvió a poner al país bajo
control de las instituciones internacional de los usureros de las finanzas —el
FMI, el Banco Mundial, etcétera—, éstos le exigen que se mande un ajuste
monumental para bajar el déficit, despidiendo a miles de trabajadores del
Estado, acabando con los subsidios a los más necesitados y a las tarifas de los
servicios públicos, subiendo la edad jubilatoria y «flexibilizándonos» a los
trabajadores para que trabajemos más y ganemos menos.
Como nuestro pueblo es
bastante revoltoso, los trabajadores logramos cada tanto obligar los dirigentes
sindicales a que movilicen y el gobierno no tiene mayoría en el Parlamento, el
ajuste va mucho más lento de lo que le reclaman los usureros. Se va acelerar un
montón si se fortalece mucho en las elecciones de octubre.
¿Cómo hacer, entonces, para
que la emisión de billetes del Banco Central no haga que se dispare de nuevo la
inflación? La única manera es sacar esos billetes de circulación, y para eso se
inventaron las «Lebac». Estos papeles son una especie de pagarés con plazo de
vencimiento que garantizan intereses por encima —a veces muy por encima— de la
inflación. El usurero internacional o nacional compra las Lebac con dólares,
deja que pase un tiempo, se las vende al Banco Central, que le devuelve en
pesos el capital más esos intereses, con esa plata vuelve a comprar dólares y
se los vuelve a llevar.
En eso consiste la bicicleta
financiera: en una punta de la cañería entran dólares; por la otra salen más
dólares. ¿Cuánto más? Cuando escribimos esta nota, el interés que pagan las
Lebac es del más del 26% anual. Si la inflación es cero, un usurero que compró
Lebac por un millón de dólares tiene en un año 260.000 dólares de ganancia. Si
la inflación fue de un 10%, todavía le queda una ganancia del 16%: unos 160.000
dólares. Y si fue del 20%, su ganancia será del 6%. Con una inflación que el
gobierno quiere bajar a este último nivel, el negocio no parece demasiado
tentador, pero sí lo es. La tasa de interés en los países desarrollados, es
decir imperialistas, está prácticamente en cero en Europa y no llega al 2% en
Estados Unidos. Acá sería, como mínimo, el triple. Pero si eso no basta para
que sigan viniendo los dólares especulativos, Sturzenegger tiene otro recurso,
que ya ha aplicado: subir el interés que pagan las Lebac todo lo necesario para
que los usureros sigan felices con la bicicleta financiera. Por eso estos
buitres se dedican con entusiasmo a la compra-venta de Lebacs, y su agente en
el Banco Central, con el mismo entusiasmo, endeuda al país a una velocidad
supersónica: cuando Macri cumpla dos años de gobierno, la Argentina se habrá
endeudado en unos 200.000 millones de dólares.
El resultado para nuestro
país es terrible. Según el portal de Infobae, «hasta julio [de este año] ya se
desembolsaron 125.000 millones» de dólares en pago de intereses de la deuda, «y
para fin de año esa cifra ascenderá a unos 200.000 millones» de dólares. En dos
años de gobierno macrista se habrán fugado del país más de 8.000 millones de
dólares cada mes. Como estas cifras son tan altas que ninguna persona normal
puede imaginárselas, hagamos algunas comparaciones. Equivalen los ingresos
mensuales de unos tres millones y medio de trabajadores con salarios de 20.000
pesos. Y es 24 veces más plata de la que el gobierno de Macri les concedió a
los movimientos sociales el año pasado a cambio de una tregua para evitar un «diciembre
caliente».
Los trabajadores debemos ser conscientes de dos
cuestiones:
1. Con este sistema nuestro
país va lento pero seguro a una crisis de deuda externa como la que estalló en
2001, con sus secuelas de miseria y desocupación.
2. Este sistema promueve y
acelera la «fuga de capitales», y cada dólar que se va del país es riqueza
producida sólo por nosotros, los trabajadores, que nos saquean los usureros.
La única conclusión posible
es política: para defender a nuestro país y a nosotros mismos hay que derrotar
a Macri. Eso no se va a conseguir con las elecciones, aunque las gane Cristina,
porque el nuevo Congreso va a ser más o menos igual al anterior. Para terminar
con el gobierno de Cambiemos, tenemos que luchar unidos entre nosotros y con el
pueblo pobre, con medidas de acción cada vez más contundentes, y empezar a
discutir entre nosotros un programa que nos libere del yugo de este capitalismo
parásito y explotador.
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