Los escasos días que transcurrieron
desde los anuncios de la reforma previsional propuesta por el gobierno de Macri
hasta su tratamiento y aprobación en el Congreso fueron el caldo de cultivo del
más incendiario de los escenarios: dos días de furia y de movilizaciones de
masas en las principales ciudades del país.
El jueves 14 de diciembre,
día del tratamiento de la ley en Diputados, en Buenos Aires, los trabajadores y
cientos de jubilados desafiaron la feroz represión desatada contra ellos, por
un comando de fuerzas militarizadas integradas por gendarmería y prefectura.
Una escenografía dantesca, con un amplio perímetro de la zona que rodea el
edificio del Congreso blindado con vallas metálicas y cordones de gendarmes
recibió a los diputados que ingresaban al recinto y a los manifestantes que
iban a expresar su rechazo a la ley.
El miércoles 13, los
movimientos sociales se habían anticipado con una jornada de lucha nacional en
contra de esta reforma. Una marea humana cubrió la Avenida 9 de Julio y
desbordó las expectativas de los organizadores.
El jueves 14, una
multitudinaria marcha convocada por las centrales de trabajadores, CGT, CTA,
CTERA, gremios independientes, movimientos y organizaciones sociales,
estudiantiles, agrupaciones de jubilados y partidos de izquierda, confluyeron
hacia las inmediaciones del Congreso Nacional, que se convirtió con el correr
de las horas en un verdadero campo de batalla.
Con el objetivo de dispersar
y expulsar de la zona a los manifestantes e imponer el miedo como factor de
disuasión, los efectivos apostados contra las vallas dispararon gas pimienta y
balas de goma de manera indiscriminada durante horas. Al no lograr su objetivo
porque ni los jubilados ni las columnas de gremios ni la izquierda abandonaron
el lugar, el lanzamiento de gases y proyectiles se repitió sin freno una y otra
vez. Ese día, cerca de las cuatro de la tarde, y con una plaza cubierta por una
nube de gases, pero también con cientos de activistas que daban pelea, la
sesión en el recinto de Diputados se suspendió.
A partir de la noche del
jueves, todos los protagonistas de la oposición política y sindical jugaron a
favor del gobierno, comenzando por la CGT que se apuró a levantar el paro
general del día viernes, mientras el gobierno amenazaba con sacar la reforma
por decreto. Durante el fin de semana donde primó el desconcierto del gobierno,
los cruces mediáticos entre algunos de sus socios en Cambiemos y también mayor
presión a los diputados, se tomó la decisión de convocar una nueva sesión de la
Cámara de Diputados para el día lunes, con una mayor garantía de una votación
favorable.
Pero para los trabajadores
las cosas se complicaban, porque de hecho se rompió la unidad de acción que
había impedido la sesión del jueves.
El triunvirato de la CGT
amagó con el paro general, y mientras el kirchnerismo y el resto de la
oposición con sus diputados a la cabeza jugaban todas sus cartas a la batalla
al interior del recinto, el resto de las centrales, gremios y corrientes
políticas de izquierda convocaron a una nueva marcha. Pero el objetivo de los
principales referentes políticos y sindicales opositores no fue apoyarse en la
acción de las masas para impedir la aprobación de la ley, sino desarrollar ante
las cámaras de televisión la «batalla de los discursos» para que Macri y sus
aliados pagaran en las elecciones de 2019 el costo político de promulgar la
ley.
El lunes 18 a la mañana, la
CGT convocó al paro general a partir del mediodía pero no llamó a la
movilización, los gremios del transporte postergaron la medida de fuerza para
última hora de la tarde, la UOCRA no paró, el gremio de Camioneros no movilizó,
el SMATA paró el viernes pero no el lunes, y así podríamos continuar con
decenas de acciones no coordinadas que preveían un final a favor de la tan
mentada «gobernabilidad».
Lo determinante de la movilización
del día lunes fueron los miles de trabajadores que concurrieron decididos a dar
pelea y ganar el round definitivo; por eso la cantidad de manifestantes superó
la del día jueves, aún con una dirección de la convocatoria desdibujada, con
cada agrupación social, política o gremial definiendo por su cuenta cómo iba,
cómo actuaba y cuándo se retiraba. De esta manera, los miles de trabajadores
convocados quedaron al arbitrio de las provocaciones montadas fundamentalmente
por el gobierno y de la represión dirigida por otro comando militarizado, esta
vez con el jefe de la ciudad, Rodríguez Larreta, y su ministro de seguridad a
la cabeza de los efectivos policiales.
Aún sin una dirección
unificada, los trabajadores y los jóvenes dieron pelea, pero no alcanzó: a
pesar de la masividad, y de la decisión de combatir y frenar la reforma, la ley
se votó esa noche. Una noche durante la que también se hicieron sentir los cacerolazos
en la mayoría de los barrios de la ciudad, y donde de manera espontánea se
convocaron los porteños para repudiar la represión y rechazar la reforma.
Muchos de ellos se congregaron frente al edificio del Congreso hasta casi la
madrugada.
El primer round lo habíamos
ganado los trabajadores, el segundo lo ganó Macri. Pero la pelea no acaba aquí;
vienen más enfrentamientos, que serán cada vez más duros. Los trabajadores
debemos sacar conclusiones. Debemos distinguir entre nuestros aliados
circunstanciales quiénes adoptan posiciones correctas y son consecuentes y
quiénes no.
El logro del gobierno, en las
condiciones que aprobó la reforma previsional, con un Congreso militarizado y
reprimiendo salvajemente, al cual sumó la aprobación de las leyes tributaria y
fiscal y el presupuesto de 2018, no deben esconder la dinámica real de los
procesos abiertos por la lucha de clases en esos días.
El gobierno pudo promulgar la
reforma, pero no le fue fácil, y las heridas sociales, políticas y económicas
que le dejan estas jornadas, sin lugar a dudas, atentan contra sus planes. En
el primer round lo habíamos dejado groggy; el segundo Macri nos lo ganó por
puntos pero recibió un fuerte castigo. Entre el jueves y el lunes quedó
machucado porque gran parte del «capital político» que había ganado dos meses
atrás en las elecciones legislativas se convirtió en repudio y bronca.
Esta acción de las masas
trabajadoras y populares no golpeó solo al gobierno: el peronismo quedó más
lejos de su posible reconstrucción. La CGT machucada, con un paro dividido y
con dirigentes que rompieron en forma inmediata con la dirección del
triunvirato, como el Barba Gutiérrez de la UOM de Quilmes, y en menor medida
también golpeó al resto de las centrales sindicales. El kirchnerismo mostró la
hilacha con su doble discurso al sumarse a la campaña del gobierno contra los
llamados «violentos» y al afirmar que Macri debe terminar su mandato. Todos
ellos se unen, por acción u omisión, para garantizar la «gobernabilidad».
En esos días calientes se
enfrentaron dos democracias. Por un lado, la «democracia» de las estafas
electorales —como dijo hace tiempo Menem, y Macri fue en buen alumno, «Si en la
campaña hubiera dicho lo que pensaba hacer no me votaba nadie»— y del circo
parlamentario. Por otro lado, la democracia de los trabajadores y el pueblo
pobre, con sus huelgas, marchas y piquetes.
Unidos en la defensa de
aquella «democracia» tramposa, con el argumento de «defender las
instituciones», la mayoría de los partidos opositores con representación
parlamentaria terminan tolerando el deterioro creciente del nivel de vida de la
mayoría de la población trabajadora, los despidos de estatales, la inflación,
los aumentos de tarifas, para evitar que Macri quede al borde de la
ingobernabilidad. ¿También pretenden que toleremos la represión salvaje sin
defendernos?
Mientras le dan tiempo, Macri
redobla la apuesta, y frente a los pequeños e insignificantes logros de su
gobierno prepara una embestida más fuerte en contra del movimiento obrero, los
movimientos sociales y los sectores medios.
Por eso nuestros objetivos
deben ser lo opuesto a darle tiempo, «no violencia» y gobernabilidad como no le
dimos a De la Rúa. Nuestro objetivo es derrotar el plan de gobierno de Macri.
Para pelear contra el
gobierno —sin olvidar el freno objetivo que significa la burocracia sindical y
sin depositar la más mínima confianza en ella— estamos obligados a seguirla con
atención porque presionada por el giro reaccionario del gobierno o de la
patronal y la bronca creciente de las bases puede verse obligada a llamar a la
movilización, en todo caso presionarla para que lo haga y no cortarnos solos.
En este mismo sentido,
también el kirchnerismo puede convertirse en un aliado táctico. Si el gobierno
y sus aliados (radicales y algunos gobernadores) viran aceleradamente hacia la
derecha para reprimir las luchas, en el marco de una crisis económica que se
profundiza, las posibilidades de movilizaciones de masas contundentes dependen
cada vez más de la más amplia unidad de acción de los trabajadores y el pueblo.
Esta CGT en crisis y las cúpulas de los sindicatos deberían encabezarla y
garantizarla, y los trabajadores debemos exigir a nuestros dirigentes que lo
hagan.
No es como dice Cristina
Kirchner que la pelea se dará en 2019 y con elecciones. Las políticas que destruyen
las conquistas obreras y populares y que empujan al hambre a millones no se
combaten con el voto ni con mayor cantidad de legisladores kirchneristas. El
único papel positivo que puede cumplir el kirchnerismo, con CFK a la cabeza, es
llamar a la movilización.
La izquierda podría jugar un
papel relevante si se ubicara correctamente en esta pelea. No prepara para la
violencia de los de arriba, su política oportunista y pacifista queda enmarcada
en la legalidad que le ofrece la burguesía, y menos que menos, con su
sectarismo y autoproclamación logra tender puentes con las direcciones
sindicales y políticas aliadas circunstanciales en las peleas contra el
gobierno.
No podemos esperar sentados a
que Macri nos lleve por delante. Nuestra unidad en la lucha debe ser con
quienes estén dispuestos a movilizar, sean las centrales sindicales, sindicatos
y CGTs regionales que no esperen el permiso de los triunviros, seccionales que
no esperen el permiso del sindicato, comisiones internas que cuenten con el
apoyo y disposición mayoritaria a la lucha de las bases, movimientos sociales,
etcétera.
La otra tarea es organizarnos
para enfrentar la represión. Como demostraron los trabajadores de Ledesma, se
la puede derrotar. ¡No puede ser que unos pocos gurkas en motocicleta o a
caballo hagan retroceder a miles de compañeros! Toda organización que participe
de una lucha debe constituir un comité de autodefensa que, recurriendo a los
compañeros con más experiencia, aprenda con qué tácticas y medios les podemos
dar una paliza a los represores.
La multisectorial federal, la
CTA, CTEP, gremios independientes y los partidos de izquierda deben coordinar
medidas para la autodefensa en la movilizaciones y proponer a los senadores y
diputados de los bloques opositores que repudian la represión de la protesta,
sean quienes hagan un cordón en primera fila para poner el pecho a los
gendarmes y policías.
Los trabajadores debemos
garantizar la unidad. La democracia obrera es nuestra mejor herramienta para
lograrla. Exijamos asambleas en nuestros lugares de trabajo para organizarnos.
La pelea contra el plan de
gobierno de Macri no se gana en el Congreso, se ganará en la calle, con la más
amplia unidad de acción y con una decidida movilización de las masas obreras y
populares. ¡¡¡Debemos derrotar este plan ya!!!
Buen material. Habría que sacar un dossier de autodefensa...☺
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