¿Pasar hambre, sufrir guerras y convertirnos en colonias a cambio de «democracia»?

Esta es la alternativa que el capitalismo nos quiere imponer por medio de la ideología de la clase dominante y de sus voceros, los dirigentes políticos y sindicales, que viven a costa de pedir los sacrificios que solo los trabajadores y el pueblo debemos soportar para que los patrones continúen acumulando riqueza.

El sistema capitalista-imperialista de dominación es sinónimo de explotación, pero también de guerra. La «democracia occidental» es el régimen de las potencias dominantes; la semicolonización, la opresión y el hambre es el régimen del resto del mundo.

Yugoslavia e Irak fueron dos casos, entre muchos otros, en los que las potencias imperialistas presentaron sus guerras, invasiones e intervenciones militares como «humanitarias» y motivadas por el objetivo supremo de alcanzar «la paz, la democracia y la libertad». Escondidas bajo la propaganda mediática de estas mentiras estaban sus verdaderas estrategias: el saqueo de las riquezas y el dominio geoestratégico para defender y ampliar la hegemonía imperialista en todo el planeta, con el fin último de dominar, colonizar y expoliar a países y pueblos que constituyen la abrumadora mayoría de la población mundial.

Yugoslavia

La intervención militar «humanitaria» de los países europeos y Estados Unidos en la ex Yugoslavia, que incluyó el bombardeo de la OTAN sobre Serbia en 1999, causó diez años de guerras, limpiezas étnicas, campos de refugiados, éxodos masivos y devastación. Y terminó con la desintegración del país, dividido en seis nuevos Estados, todos ellos semicolonizados por los imperialistas europeos (con Alemania a la cabeza) y los yanquis. Uno de ellos, Kosovo, quedó convertido en un protectorado de Estados Unidos, que instaló allí una gigantesca base militar que poco tiempo después sería fundamental para invadir Irak.

La invasión militar en Irak

Esta también fue presentada como una lucha «humanitaria» por «la democracia y la paz contra la dictadura de Sadam Husein». Fundada en la mentira de que su régimen producía armas de destrucción masiva, la invasión terminó con la vida de decenas de miles de iraquíes, y después de sufrir una catástrofe tras otra, en ese país hoy reina solo la desolación y la muerte. Pero el petróleo que se extrae en su territorio se lo llevan los monopolios imperialistas.

Venezuela bajo ataque
Hoy es el escenario principal del despiadado saqueo imperialista yanqui

La ofensiva imperialista comandada por Trump contra los pueblos latinoamericanos y de Centroamérica se agudiza. Hoy su blanco privilegiado es Venezuela.

La velocidad que adquieren los planes de intervención y amenaza militar se debe a una combinación de varios factores, pero es evidente que el triunfo de Bolsonaro en Brasil le ofrece esta oportunidad única a la política irracional y cada día más peligrosa de Trump, en un período donde coinciden un número importante de gobiernos proyanquis, o sea, al servicio directo de sus intereses. Desde hace décadas la escena política de la región no estaba dominada por esta conjunción de personajes, entre los fundamentales: Abdo Benítez, presidente de Paraguay; Lenin Moreno en Ecuador; el pinochetista Piñeira en Chile; Vizcarra en Perú; el oligarca Macri en Argentina; Duque en Colombia y el fascistoide Bolsonaro en Brasil. Quienes rápidamente formaron el Grupo Lima como una primera demostración de la política cipaya que defenderán.

Estos presidentes supuestamente «democráticos», bajo la dirección del amo del Norte y de los organismos internacionales que le son funcionales, han respaldado uno de los disparates político-institucionales más burdos de la historia: la «autoproclamación» a presidente de Juan Guaidó, un dirigente de la oposición oligárquica a Maduro, días después de que este último asumiera como presidente un nuevo mandato constitucional. El respaldo internacional a este personaje surgido de la nada (después de los fracasados intentos de golpes de la MUD y los yanquis) constituye una nueva perlita que se suma a la cadena de mentiras y maniobras de un régimen «democrático» capitalista-semicolonial parasitario, que en nuestros países se asienta en un derecho, casi el único para el pueblo: el de votar cada cuatro o seis años por su verdugo.

La población, en particular el pueblo pobre y los trabajadores todavía ejercitan la capacidad de elegir «libremente» a gobiernos que de forma acelerada se unen a las grandes patronales, al capital financiero y al imperialismo para conducir a sus pueblos hacia la miseria y a sufrir penurias sociales, económicas, el desempleo y el hambre, sin herramientas constitucionales con las cuales impedir el saqueo de las riquezas del país y la brutal superexplotación de los trabajadores, y sin contar todavía con una dirección política de lucha contra los dirigentes vendidos al amo imperialista y capaz de conducir al poder a los trabajadores para independizar a nuestros países y acabar de cuajo con el capitalismo.

Cada día queda más en evidencia el carácter salvaje de la explotación capitalista que viene quitando todo a la clase trabajadora, o sea, rebajando el nivel de vida de forma constante, con la complicidad de dirigentes patronales, sindicales, políticos y sociales.
Los países imperialistas han implementado todos los medios –que el dinero obtenido de la explotación de la clase obrera, de la opresión a los pueblos y de la especulación financiera posibilita– para orquestar campañas destituyentes, de mentiras y de farsas institucionales para sacarse de encima los líderes de gobiernos que de alguna forma lo enfrentaron y tuvieron roces económicos y políticos con ellos, en una palabra, que les obstruyeron de alguna forma el saqueo. Utilizan todos los resortes de las instituciones republicanas supuestamente democráticos, como las legislativas, o supuestamente independientes, como el Poder Judicial y el poder de los medios de comunicación.

El último caso emblemático de esta farsa lo constituyó el encarcelamiento de Lula Da Silva, quien fue procesado por el «juez independiente» Moro, formado en la universidad de Harvard en los Estados Unidos, que hoy ocupa el cargo de ministro de Justicia en el gobierno de Bolsonaro.

Ahora está en curso una ofensiva yanqui en la región para terminar con el gobierno de Venezuela, con Nicolás Maduro y con el régimen chavista. En el marco de esta batalla tan decisiva y tan despareja contra el amo del Norte, no tiene ningún fundamento discutir sobre la defensa de los métodos democráticos, salvo que llamemos a confiar en la dupla Trump-Bolsonaro para liderar esa lucha por las libertades. Hoy, plantear la «defensa de la democracia» en Venezuela significa colocarse bajo la dirección del imperialismo yanqui y de los gobiernos ultrarreaccionarios de la región.

Cada vez que los yanquis agitaron las banderas de la democracia tuvieron bajo el brazo las toneladas de bombas y misiles que arrojaron en Irak, Afganistán, Libia y Siria. En cambio, las libertades democráticas que hemos conseguido y estamos disfrutando todavía a nivel de toda la región, a pesar de los marcados retrocesos, han sido fruto de la heroica lucha de las masas.

Las dictaduras feroces que dominaron en el Cono Sur durante los años 70-80 fueron derrotadas por la resistencia y la lucha del pueblo y de los trabajadores; nada se consiguió por la graciosa concesión ni de los militares, ni menos todavía del imperialismo. Los trabajadores debemos defender las libertades democráticas elementales (de organización, de prensa, etcétera) porque nos sirven para organizarnos para luchar, pero siendo conscientes de que el régimen «democrático» de la clase capitalista es una trampa para ilusionarnos en que podemos solucionar nuestros problemas votando cada cuatro o seis años.

En Venezuela hay varias batallas que se dan a la vez, los roces cada día más evidentes en el comercio internacional entre los Estados Unidos y China, el juego de Rusia en el escenario militar del Medio Oriente y en la región, todas en el marco de la crisis del sistema capitalista mundial, y donde la situación para los trabajadores empeora constantemente. Venezuela es un territorio rico en oro, minerales y petróleo (principal reserva del mundo), o sea, que se convierte en una presa codiciada de la ferocidad y el militarismo capitalista-imperialista.

Si esta ofensiva imperialista triunfa en Venezuela, se fortalecerán las políticas ultrareaccionarias contra el pueblo pobre y las masas trabajadoras de Latinoamérica y Centroamérica. Y podría significar la devastación para poblaciones enteras.
El FMI, la OEA, los gobiernos y las fuerzas armadas estarán al servicio de las decisiones de Trump, a quien no le faltarán aliados entre las potencias europeas y de la OTAN.

En la trinchera de Venezuela y su pueblo

Los trabajadores debemos comprometer a nuestras direcciones políticas, sindicales y sociales en una campaña contra la intervención extranjera en Venezuela. Una campaña que abarque todos los ámbitos de la cultura, del trabajo, social, estudiantil, sindical y político contra la intervención política, económica y militar del imperialismo yanqui y los gobiernos ultrarreaccionarios de la región. Una campaña para lograr una movilización de masas que se extienda desde México hasta Tierra del Fuego, ubicando en primer lugar la bandera de la defensa de la soberanía del pueblo venezolano y de su país.

A todos los trabajadores nos incumbe lo que pasa en Venezuela, nuestro futuro está atado a las luchas que den nuestros hermanos latinoamericanos, los máximos dirigentes políticos, sindicales y sociales que dicen defender la soberanía de nuestros países deben convocar a la movilización contra el avance imperialista en la región; para frenarla debemos ganar masividad y decisión de lucha. Se deben coordinar las protestas a nivel mundial.

Nos referimos a Lula, el PT y la CUT y demás centrales sindicales de Brasil; a Evo Morales y a todas la organizaciones que se reivindican chavistas; a los partidos que, aunque no cuestionan el sistema capitalista, se declaran populares o de izquierda, como el Frente Amplio ururguayo y el kirchnerismo argentino; a los sindicalistas que dicen combatir al «neoliberalismo»; a las corrientes políticas latinoamericanas que se proclaman marxistas, entre ellas, las trotskistas.

Debemos convocar también a los trabajadores y sectores sociales opuestos a las políticas de Trump en los Estados Unidos, a las mujeres, a los chalecos amarillos franceses, a los trabajadores ingleses, alemanes, griegos, españoles, italianos, portugueses, que hoy luchan contra las políticas de ajuste de sus gobiernos, a que alcen su voz para impedir que estos respalden la nueva aventura guerrera e imperialista de los yanquis.

Es una tarea urgente porque, como ya alertábamos en Perspectiva Marxista Internacional Nº 11: Una vez más, los yanquis preparan el terreno para una intervención directa, vía golpe de estado o «tropas de paz» de países latinoamericanos con «asesores» del imperio, si fuera posible bajo la bandera de su «Ministerio de Colonias», la OEA.

¡Defendemos la soberanía del pueblo venezolano y de su país!
¡No más sangre por petróleo!
¡No a la guerra! Debemos impedir que esta intervención militar se efectivice.

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