Un recuerdo emocionado de sus años de militancia revolucionaria internacionalista en la clase obrera
El 1º de Mayo de 2021 falleció José Enríquez. Lo recordamos, al cumplirse un año, recuperando algunas claves de su fecundo trabajo político en la clase obrera argentina.
El compañero José convirtió su vida en lucha por la construcción de una alternativa de política obrera, revolucionaria e internacionalista para extirpar de la faz de la tierra este sistema capitalista mundial de explotación y sometimiento, y para implantar el modo de producción socialista.
Un camino de inmensos sacrificios, pero a la vez de satisfacciones por el reconocimiento de los compañeros de su fábrica, de militancia y de las luchas sindicales donde intervenía. Un camino guiado por la coherencia entre lo que pensaba y hacía. Y esto que parece tan simple, sin embargo es excepcional.
José era adolescente cuando se unió a la corriente de Nahuel Moreno. Perteneció a la generación de la década de los años 70, la que apoyó con todas sus fuerzas la lucha contra el imperialismo yanqui en Vietnam y se entusiasmó con su derrota, la generación de los que abrazaron el marxismo y la causa del socialismo. La mayor parte de esa juventud obrera y estudiantil, dispuesta a dar la vida en ese combate, se alineó con el peronismo, tras la utopía de alcanzar, desde ese movimiento burgués y conservador, una “patria socialista”. Pero una minoría más pequeña se sumó al Partido Socialista de los Trabajadores, que luego de la dictadura de 1976 continuó como Movimiento Al Socialismo y formó parte de la Liga Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional.
El golpe militar de 1976 obligó al PST a militar en la clandestinidad. Desde que comenzó, en 1973, a asesinar la organización paramilitar y parapolicial Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) bajo los gobiernos peronistas de Perón e Isabel Perón hasta que cayó el régimen militar en 1983, 100 militantes del PST fueron asesinados o desaparecidos. En ese período negro de la historia argentina, José, como el resto de los compañeros, debieron afrontar bajo una férrea disciplina la actividad política, a la que sumaron el apoyo a la lucha de las Madres de Plaza de Mayo y de las organizaciones que buscaban el paradero de los desaparecidos, así como también hicieron de sostén moral de compañeros militantes y trabajadores que sufrían la persecución y la cárcel cuando, además, la inmensa mayoría de las organizaciones de izquierda estaban desintegradas. El PST, bajo su bandera consecuentemente antimperialista, orientó la acción en el momento más difícil: durante la guerra de Malvinas.
A la muerte de Moreno en 1987 se sumó en 1991 la desintegración de la URSS. Dos hechos que desencadenaron las divisiones, el estallido de la organización internacional y del partido argentino. José dejó de participar de los grupos nacidos de esa división burocrática envuelta en una crisis política y teórica que abarcó todo el arco de los viejos dirigentes. Sin embargo, no perdió la brújula: nunca abandonó a su clase ni a sus luchas. Buscó el debate franco con las nuevas generaciones de obreros, que pedían su consejo, y con viejos militantes que, como él, se habían mantenido fieles a sus compañeros de trabajo como “el Judío de la 60”, y no dejó de participar en el apoyo a huelgas como la de los choferes de la Línea 60 o las tomas de fábricas de la zona Norte en 2011.
José entendía la necesidad de educar política y teóricamente a los trabajadores en el marxismo revolucionario, una tarea que exigía mucha paciencia porque era un combate contra la peor herencia que dejó el peronismo: la ilusión de que la conciliación de clases, no la lucha de clases, podía solucionar los problemas y sufrimientos de la clase obrera y el pueblo pobre. Y si los compañeros eran indiferentes o no se politizaban (como la burguesía pretende), él despertaba esa curiosidad; insistía en esa tarea imprescindible para encarar las luchas reivindicativas que, dada la crisis del país y del capitalismo mundial, cada vez era más necesaria para conocer a fondo el enemigo a enfrentar: el gobierno burgués de turno, la patronal y la burocracia sindical, que en nuestro país permanecían atados a los dictados del imperialismo.
A cualquier obrero le toca sufrir la explotación laboral, con un ritmo de trabajo insalubre, que roba tiempo a la familia y al descanso. Si está en blanco, debe defender ese puesto de trabajo con tenacidad si no quiere terminar dependiendo de changas o del cuentapropismo. Si es joven, ingresa a laburos en condiciones de mayor informalidad y de mayor explotación, donde no rigen ni el convenio ni las conquistas que el sindicato antes hacía valer. En estas condiciones los trabajadores no pueden por si solos, sin el acicate de alguien que los empuje, dedicar horas a la lectura o a las reuniones de política, salvo cuando la huelga mueve los cimientos en la conciencia y en la rutina laboral. Pero eso es la excepción; en cambio, la militancia política debe ser una constante, como lo entendía y hacía José.
Él se diferenciaba del común de los activistas sindicales y del común de los militantes políticos. No dilapidó la formación teórico-política adquirida en sus años en la corriente morenista; al contrario, su férrea disciplina volcada en el estudio de los teóricos del marxismo, en la lectura cotidiana de la prensa burguesa, en los informes minuciosos preparados para las reuniones, constituyeron su capital más valioso. Defendió con uñas y dientes la organización de un equipo político para el debate pero también para la formación política de los más jóvenes. Cuando no lograba que acudieran a la reunión, José se reunía con los compañeros donde fuera, subido en un colectivo o en la puerta de la fábrica; lo importante era acompañarlos tanto en el conflicto sindical, como en la ronda de mate que compartía en los cada vez más escasos momentos de descanso arrancados de jornadas de trabajo cada día más agotadoras.
Su experiencia en las peleas contra la patronal, las transmitía combinadas con el análisis político y teórico más general. En definitiva, José se pegaba a la base para educar en las leyes y método del marxismo. Sus cuadernos y anotaciones a mano son la mejor prueba de su capacidad de análisis, y de la energía desplegada para educar y extender el odio de clase más allá del patrón que nos explota, hacia la clase enemiga y al imperialismo.
La tarea gris y cotidiana que sostuvo acompañado por un puñado de compañeros, el debate franco y el saber escuchar, el apoyo de los conflictos sindicales, fueron los puntales de José. Y lo hizo cuando el partido ya no existía y cuando el imperialismo, con la complicidad de la burocracia gobernante, logró descuartizar a la Unión Soviética e integrar a todos sus fragmentos al sistema capitalista de explotación, también logró imponer su ideología: “el comunismo murió” y, por lo tanto, no tiene sentido tratar de construir una organización obrera, socialista e internacionalista capaz de guiar a los trabajadores a la toma del poder haciendo una revolución. La tarea era titánica, pero José nunca abandonó ese objetivo.
José sufrió dos tragedias casi en simultáneo: su grave enfermedad, que lo limitó en su actividad política y laboral, y el fallecimiento temprano de Viviana, su pareja, madre de su hijo y compañera de vida y de militancia. Pero su temple se forjó también en estas últimas décadas, cuando parecía predicar en el desierto.
Los grupos existentes de la llamada “izquierda radical”, con dirigentes asimilados al régimen parlamentario y totalmente dedicados al discurso electoral, no a la formación política de nuestra clase ni a la defensa de la democracia obrera ni a aprender de la experiencia de lucha de los trabajadores, no eran un espacio que José pudiera compartir.
El reencuentro de José con los compañeros nucleados en Perspectiva Marxista Internacional se dio bajo el gobierno kirchnerista, a finales de 2014. Fue un encuentro fortuito, pero que selló coincidencias profundas con experiencias diferentes, en una unidad teórico política que nos permitió retomar un debate profundo, rescatando como centro el análisis de los intereses de clase y el internacionalismo. Y juntos fundamos Punto de Partida.
Las banderas de lucha intransigente contra el imperialismo y la denuncia de la democracia burguesa fueron dos de las grandes coincidencias con José y su equipo. Para nosotros, existe una diferencia fundamental entre la defensa de la “democracia” en general, y los derechos democráticos de la clase obrera, entendidos como salarios, vivienda, educación, vacaciones, salud y libertades públicas para organizarse y movilizarse. La “democracia” que existe en muchos países del mundo es el disfraz de la dictadura económica y social de las clases explotadoras y de las potencias imperialistas que dominan económica, política y militarmente a todo el planeta. Es la “democracia” de “tenés solo dos derechos: a votar y a morirte de hambre”. Bajo estos regímenes “democráticos” se dictan leyes antiobreras y ajustes económicos contra el salario y la jubilación.
No es democrático Estados Unidos: aunque sobreviven muchas libertades para sus ciudadanos, cada vez lo es menos desde que el Congreso yanqui, un mes después del ataque contra las Torres Gemelas, votó el “Acta Patriótica” que sometió las libertades constitucionales a cualquier restricción que quieran imponer los servicios de Inteligencia, no apelables ante el Poder Judicial. Pero lo más importante es que el imperialismo es un régimen internacional, no nacional, al servicio de su objetivo: ejercer su dominio mundial. Un régimen que derroca gobiernos que no le son completamente serviles, propiciando y apoyando golpes de estado como el de Pinochet en Chile y contra Evo Morales en Bolivia, o “golpes blandos” como el que acabó con el gobierno del PT y el encarcelamiento der Lula en Brasil. Un régimen que dice defender la soberanía de las naciones pero invade países como Irak y Afganistán, que envía sus portaaviones y submarinos nucleares para defender la producción y el negocio de sus empresas de petróleo en Oriente Medio, que tiene más de 500 instalaciones y bases militares en el mundo como brazo armado de sus objetivos de dominación.
José nos dejó su legado, su enseñanza, su contribuciones a “la tarea gris y cotidiana” para sumar cada día a más trabajadores a la acción política independiente, sin claudicaciones al imperialismo ni la “democracia” de la burguesía ni a la patronal ni a la burocracia, y manteniendo siempre el objetivo histórico de hacer la revolución socialista y construir una organización nacional e internacional con ese Norte.
Un legado que lo puso en la vereda de enfrente de los viejos y anquilosados dirigentes de la vieja izquierda o del nuevo progresismo, porque a todos ellos los une la desconfianza en la lucha de la clase obrera mundial, sus horrendas claudicaciones a la democracia burguesa y, lo fundamental, sus traiciones políticas frente al imperialismo. Están unidos por el camino de “lo posible”, de la búsqueda utópica de un modelo capitalista “humanitario”, sostenidos por las prebendas que reciben para cumplir esa tarea.
Hoy se está desarrollando en Ucrania una guerra cuyo desenlace tendrá un fuerte impacto sobre la economía y la geopolítica mundial. La inmensa mayoría de los “progresistas” y de la “izquierda radical” del mundo entero, incluyendo la de nuestro país, sostienen que es una guerra entre Rusia y Ucrania. Nosotros sostenemos que es una guerra en territorio de Ucrania entre Rusia y el imperialismo yanqui con sus aliados imperialistas europeos, cuyo brazo armado es la OTAN. Ellos quieren que Rusia se retire de Ucrania, es decir, que sea derrotada. Nosotros no vemos en Putin, que actúa en defensa de su país capitalista, un líder de la causa de los pueblos del mundo y de los países atrasados. Pero queremos que Rusia derrote a los yanquis, a sus aliados imperialistas europeos y a la OTAN, porque son de lejos la Santa Alianza más poderosa económica, política y militarmente del planeta, la madre de todas las salvajadas contra los trabajadores, los pueblos pobres y las países atrasados del mundo.
José ya no está entre nosotros pero no tenemos la menor duda de que opinaría lo mismo porque era un revolucionario de verdad.
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