El gobierno esta de rodillas frente al poder económico y financiero extranjero y nacional, agrava la vida de los trabajadores y el pueblo pobre.
Para cumplir con las metas del FMI, les ata las manos a los obreros, situación que aprovechan la derecha y los grandes capitalistas para desestabilizarlo.
La política económica de Massa...Alberto y Cristina!
El 1º de septiembre se intentó asesinar a Cristina Kirchner; tres días después, Massa explicó su política económica en una conferencia de prensa, y tres días más tarde, el 6 de septiembre, partió hacia Estados Unidos.
En la conferencia de prensa Massa anunció un “dólar soja” tan barato que equivalía a que los productores y exportadores no pagasen las retenciones durante dos meses para tentarlos a que liquidasen lo que tenían acumulado en los silos y silobolsas. No es el único dólar “especial”. Se acaba de anunciar el “dólar tecno”, que no es sólo para las empresas e individuos que exportan programas y aplicaciones y los cobran en dólares en cuentas en el exterior, sino también para otros “servicios” que hacen lo mismo, como telecomunicaciones, informática, jurídicos, publicidad, investigación de mercado, encuestas, arquitectura, ingeniería, consultoras, contables y gerenciales. Y están en estudio otros productos y actividades.
El objetivo es que esos dólares o parte de ellos se blanqueen e ingresen al país, ofreciéndoles regímenes impositivos y beneficios fiscales de diferentes tipos y una porción de dólares de “libre disponibilidad”, o sea, que pueden volver a fugarse al exterior.
Así se quiere lograr que aumenten las reservas en el Banco Central, tal cual exige el FMI. Lo que no se dice es que, mientras se declara que el gobierno está cumpliendo con la promesa de no hacer una devaluación brusca del peso (o sea, aumentando de un solo golpe el dólar oficial), se está haciendo una devaluación sector por sector para cualquiera que exporte cualquier cosa.
Los anuncios de Massa también dejaron claro cuál es su política “macroeconómica” para los trabajadores y el pueblo pobre: aumentar tarifas de agua, luz y gas, y recortar gastos en salud, educación, etcétera, para “ordenar las cuentas fiscales”, o sea, bajar el déficit fiscal de acuerdo a lo exigido por el FMI.
Los resultados del viaje de Massa a Estados Unidos son una película de terror sobre el futuro de nuestro país y de la clase obrera y el pueblo empobrecido. El “superministro de Economía” hizo las siguientes reuniones:
• Con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), presidido por un yanqui, que le desbloqueó un crédito de unos 4.000 millones de dólares: 3.000 para distintos tipos de inversiones en la economía y 1.000 millones “de libre disponibilidad” para engrosar la reservas del Banco Central.
• Con el Banco Mundial (BM), presidido por un alemán, que le otorgó un préstamo de 900 millones de dólares, que se sumarán a otros 1.100 millones que ya aprobó para este año.
• Con las petroleras: Chevron y Exxon (yanquis), Total (francesa), Shell (anglo-holandesa), BPX Energy (antes British Petroleum, inglesa), Equinor (propiedad del Reino de Noruega), Tenaris (del oligarca argentino Paolo Roca –Techint–) y Axion y Pan American Energy, ambas de la familia oligárquica argentina de los Bulgheroni (Bridas). A todas ellas les garantizó “reglas claras” (¡ojo con la letra chica de esas “reglas”!) para invertir en el gas de Vaca Muerta, y que tendrían acceso a los dólares que quisieran para remitir sus ganancias a las casas matrices o pagarlos como dividendos a los accionistas.
• Con Janet Yellen, Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, y su asesor David Lipton, con quienes conversó sobre su plan para cumplir las metas exigidas por el FMI. Esa reunión fue decisiva para definir el “apoyo” al país en su siguiente encuentro.
• Con el FMI, que le prestó 4.000 millones de dólares, que apenas lleguen al país se van de vuelta al FMI para cumplir con los pagos que el país se comprometió a hacerle. Como pasa siempre en todo control trimestral que hace el FMI de nuestra economía, el FMI no aporta nada ni tampoco acepta el reclamo de que sólo le cobren los intereses normales y no las sobretasas por demora en los pagos. A cambio, Massa comprometió al país a cumplir con las metas pactadas de reducción del déficit fiscal y de acumulación de reservas en dólares en el Banco Central como garantía de pago de los vencimientos desde ahora hasta el final de los tiempos.
A esto hay que agregar otras garantías, como la eliminación del cepo cambiario para el sector petrolero, gasífero y minero –sobre todo para el litio y el oro–, para que puedan llevarse las ganancias sin condiciones, y la quita de subsidios a los servicios públicos para que tampoco tengan limitaciones para el precio de la energía en el mercado interno. Y en armonía con Massa, el Banco Central presidido por Pesce se dedica a cada rato a cambiar miles de millones de sus papeles de deuda en pesos por nuevos papeles con intereses más grandes, por encima de la inflación proyectada, para evitar que los acreedores decidan cobrarlos, corran al dólar y aceleren todavía más la subida de la inflación, con el resultado de que la deuda en pesos crece semana tras semana.
Todos estos enjuagues, promesas y medidas de nuestro “superministro” fueron elogiados por las autoridades del FMI, el Banco Mundial, el BID y el Tesoro de Estados Unidos, y también por políticos y economistas argentinos furiosamente opositores al gobierno, porque gracias a Massa la Argentina “había vuelto al mundo”. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, dice el refrán.
Después de su viaje, Massa llevó al Congreso su proyecto de presupuesto para el año que viene, según el cual lo único bueno es que suben los fondos para ciencia y tecnología, pero bajan los destinados a satisfacer las necesidades del pueblo trabajador, como educación, salud, obra pública, gasto social (jubilaciones y planes), etcétera, para lograr la baja del déficit fiscal pactada en su viaje con el FMI.
En los barrios obreros y populares, “la necesidad” es el principal problema y tema de que se habla. El crecimiento desaforado de la inflación, que condena a la pobreza a la gran mayoría de los trabajadores en blanco y a la miseria a los condenados a la informalidad y a los jubilados, agiganta la bronca contra el gobierno. Una bronca que se multiplica cuando, en el otro extremo de la sociedad, están los “formadores de precios” y, más en general, los monopolios internacionales y los grandes capitalistas y oligarcas nacionales. Así lo señaló Horacio Verbitsky: “entre 2015 y 2022 las principales firmas industriales y de servicios han tenido una rentabilidad extraordinaria, mientras se han reducido sus costos laborales”, y menciona a “Ledesma, Aluar, Molinos Río de la Plata, Arcor, La Anónima, el multimedio Clarín, Ternium Siderar y las petroleras Pan American Energy (PAE) y Tecpetrol, cuyos beneficios muestran “un gran incremento de ventas y rentabilidad y salarios reales estancados”.
Si esa minoría privilegiada, que vive de la especulación financiera y comercial, de la renta terrateniente y agropecuaria, de las ganancias extraordinarias que logra de la baja de los salarios reales, y que convierte esos miles de millones de pesos en dólares que esconde en cajas de seguridad o en cuentas en el exterior, crece en influencia económica y en poder político mientras la mayoría de la sociedad sufre hambre o penurias económicas, las condiciones para el odio están más vivas que nunca. Y es un odio de clase.
El atentado contra Cristina y el peligro fascista
El frustrado asesinato de Cristina dejó en evidencia la existencia de grupos fascistas que llaman a pasar a la acción e incluso están dispuestos a hacerlo. Por lo que se conoce hasta ahora, son pequeños, pero también lo fueron el nazismo de Hitler y el fascismo de Mussolini… hasta que la gran burguesía alemana e italiana decidieron apoyarlos y financiarlos para aplastar a los trabajadores con métodos de guerra civil. Pero aparte de estos grupos, en nuestro país hay corrientes políticas en desarrollo que van en esa dirección, que reclaman “mano dura” contra las marchas y las “huelgas salvajes” para “restaurar el orden”, como Patricia Bullrich, Milei y Espert, que ya tienen el apoyo mediático y financiero de grandes capitalistas nacionales.
Que el blanco preferido haya sido Cristina no es casual. No es que crean seriamente que el kirchnerismo pretende imponer el socialismo o el comunismo, pero no le perdonan que, junto con Chávez y Lula, hayan mandado al carajo al Bush, el presidente yanqui, en la IV Cumbre de las Américas (2005), que haya derogado las leyes de “obediencia debida” y “punto final” de Alfonsín y el indulto a los militares genocidas de Menem para poner presos a más de mil de ellos, que haya acabado con el negocio trucho de las jubilaciones privadas del que disfrutaban empresas, bancos y hasta algunos sindicatos, que reabriera las paritarias, que Máximo Kirchner encabezara al sector del Frente de Todos que votó contra el acuerdo con el FMI, etcétera. El odio al kirchnerismo es un odio de clase.
¿“Respeto a la Constitución” y “redistribución de la riqueza”?
El diario La Nación publicó esta declaración del juez de la Corte Suprema Carlos Rosenkrantz: “Una afirmación muy insistente en mi país, que yo veo como un síntoma innegable de fe populista, según la cual, detrás cada necesidad, siempre debe haber un derecho… Un mundo donde todas las necesidades son satisfechas es deseado por todos. Pero ese mundo no existe… no tenemos suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades que podemos desarrollar y sería deseable satisfacer”.Rosenkrantz tiene razón. Nuestra Constitución, hecha a la medida del sistema capitalista, en su Artículo 14 dice: “Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos… de trabajar… de usar y disponer de su propiedad”. Pero en su Artículo 17 dice: “La propiedad es inviolable, y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella… La confiscación de bienes queda borrada para siempre del Código Penal argentino”.
O sea que el patrón tiene el derecho de hacer lo que quiera con su propiedad, que es inviolable, por ejemplo, despedir al trabajador. Pero el trabajador no puede impedir que lo despida ni tampoco obligar a otro patrón a que lo tome; no tiene el derecho a trabajar, que es la única manera que tiene de satisfacer sus necesidades; su única libertad es la de votar cada cuatro años y morirse de hambre si no tiene trabajo. La “igualdad ante la ley” entre patrones y obreros es puro verso.
En estas condiciones, un sistema económico de “redistribución de la riqueza” como propone el gobierno sólo puede funcionar en los períodos excepcionales en que sobra la plata en este país sometido a lo que el propio gobierno llama el “poder real”, que es el poder económico del capital financiero internacional, de los monopolios transnacionales y de las oligarquías financieras, comerciales e industriales nacionales. Jamás puede haber “redistribución” en las situaciones “normales” de un país como el nuestro, una semicolonia de Estados Unidos, abierto al saqueo de sus recursos naturales y exprimidos como un limón por “nuestras” oligarquías.
“Amor”, “diálogo” y “paz social”? ¿Entre quiénes y para qué?
Las luchas propagandística, ideológica, política, física, están estrechamente ligadas entre sí, no hay barreras fijas ni, mucho menos, determinadas por el poder que se quiere enfrentar.Sin embargo, el gobierno pretende “luchar” contra los “formadores de precios”, los “especuladores” y la oposición declamando: “Nosotros queremos la paz social, ellos quieren la represión”; “Ellos son el odio, nosotros somos el amor”; “Nosotros queremos dialogar, ellos no quieren”.
Los resultados del “diálogo” están a la vista. El secretario de Comercio Matías Tombolini se la pasó dialogando sobre parar la inflación con los empresarios más poderosos, y la inflación siguió subiendo a lo loco, con los alimentos al tope de la tabla. El “diálogo” con la oposición sólo funcionó para votar el acuerdo con el FMI, no para imponer nuevamente el impuesto a las grandes fortunas personales ni a las ganancias extraordinarias que tuvieron y tienen las grandes empresas farmacéuticas, de la alimentación y de la energía por los efectos combinados de la pandemia y de la guerra en Ucrania. El “diálogo con el campo” solo sirvió para regalarles el “dólar soja”, etcétera.
Y en cuanto al peligro fascista, el gobierno pretende enfrentarlo con la Justicia, el poder más conservador y reaccionario, no elegido por nadie, que a través de cautelares y sentencias de inconstitucionalidad decide lo que se le da la gana sobre las leyes que vota el Congreso y sobre economía nacional. Un Poder Judicial en cuya cúpula, la Corte Suprema, hay dos tipos que se cagaron en la Constitución cuando aceptaron ser nombrados por decreto por Macri, pero luego fueron legitimados por el Senado gracias al voto de muchos peronistas que hoy integran el Frente de Todos.
Ninguna lucha se puede ganar amando al enemigo
Luego del fallido magnicidio, el gobierno quiere tapar el bosque con un árbol, el de la convivencia pacífica, el de una paz social que solo disfrutan aquellos que detentan privilegios o son los grandes propietarios de la riqueza social.
Simón Bolívar, líder y patriota indiscutido de la independencia americana, dijo en su momento que: “todo español que no conspire contra la tiranía a favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo de la tiranía”?
Sobre cómo enfrentar al fascismo, ya lo dijo Liborio Justo, “Quebracho”, hijo del entonces presidente Agustín Pedro Justo. En 1936, cuando el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt visitó la Argentina, Quebracho aprovechó la ocasión para gritarle en la cara desde una de las galerías del Congreso “¡Muera el imperialismo!”. Y fue él quien acuñó una frase que haría historia: “¡Al fascismo no se lo discute, se lo destruye!?”.
Ni Simón Bolívar ni Quebracho disfrazaban la realidad, no la enmascaraban, porque reconocían y ayudaban a estimular el odio imprescindible para triunfar en una lucha. Bolívar, el odio al imperio español para conquistar la independencia y lograr una nación soberana. Quebracho, el odio nacional contra la dominación de del imperialismo yanqui y el odio de clase contra el fascismo.
En estos días, la gran mayoría de nuestro pueblo no se dedicó a llorar acompañando el gran circo de los funerales de la reina inglesa. Por el contrario, en cualquier conversación sobre el tema afloraba el odio al imperialismo inglés que, apoyado por los yanquis, nos hizo la guerra para seguir usurpando nuestras islas Malvinas.
El combate en defensa de la soberanía del país, de los derechos de los trabajadores y de las libertades democráticas, que constituyen un solo objetivo, sólo puede ganarse por la fuerza contra el poder monopólico, los holdings y el capital financiero internacional, y para aplastar todo intento de golpear y debilitar la democracia o ejecutar ataques fascistas. Porque lo que desarrolla ante nuestros ojos es una lucha de clases nacional e internacional.
Ni el presidente ni el kirchnerismo convocaron a las masas, ni exigieron a la CGT la organización de una contundente huelga general con movilización para contraponer, con la fuerza de la clase obrera y el pueblo en la calle, a los poderosos que dicen que quieren combatir. Se necesita una dirección que no negocie eternamente ni claudique antes de pelear; de la misma manera en que en las huelgas dentro de una fábrica, para pelear contra la patronal no podemos fiarnos del supervisor ni del capataz ni de los burócratas de los sindicatos, sino elegir a nuestros delegados entre los compañeros en los que realmente podemos confiar y usar el método de la democracia obrera para que sea la base la que tome decisiones y asuma en sus manos el destino de la pelea contra la patronal.
Los explotadores y opresores odian a los explotados y oprimidos a no ser que estos se resignen a convertirse en esclavos pasivos. Pero con amor y diálogo no se puede triunfar en ninguna lucha. Imaginemos a un boxeador cuyo entrenador y los segundos que están en el rincón, es decir, sus dirigentes, le dicen al boxeador al comienzo de la pelea y después de cada round: “al otro tratalo con amor, no con odio; llamalo a dialogar en lugar de reventarlo a golpes, y si lo vas a golpear hacelo con cariño para que no sufra demasiados daños”. Si ese boxeador les hace caso está condenado a perder por knockout.
Los discursos del gobierno, repetidos incesantemente por los medios, propagandistas y periodistas que les son afines, son veneno puro porque son llamados a “poner la otra mejilla” como pregona la Iglesia, para pudrirles la cabeza a los trabajadores y al pueblo pobre.
La clase trabajadora no necesita esta clase de dirigentes políticos, sindicales y de los movimientos sociales. Ninguna lucha tiene garantizada la victoria, pero no hay ningún Dios que haya fijado que los explotados y oprimidos no podemos triunfar, y para poder triunfar necesitamos dirigentes que odien mortalmente al enemigo de clase y estén dispuestos a pelear con rabia hasta el fin.
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