Lecciones de Octubre I

LA TIERRA PARA QUIEN LA TRABAJA


Por: Jacobo Ballesteros y Gabriel Adamo

Tan pronto la revolución de los obreros, de los soldados y de los campesinos gritó al mundo que el poder se hallaba en sus manos, sus delegados y la dirección política de la insurrección, los bolcheviques, se enfrentaron a inmensas tareas inmediatas: terminar con la guerra imperialista, entregar la tierra a los campesinos y crear el nuevo gobierno proletario. El triunfo de la insurrección impregnó de convicción a las masas trabajadoras de que sólo sus propias fuerzas creadoras podían salvarlas del desastre en el que la burguesía había hundido a Rusia.

La necesidad de entregar la tierra a los campesinos tenía su base en el panorama agrario ruso que estaba caracterizado por el atraso en sus relaciones de producción, en las que los campesinos debían someterse a las arbitrariedades de los grandes terratenientes. Por eso, los campesinos no querían conciliar con sus enemigos de clase: los terratenientes. Y denunciaban a aquellos que auguraban desastres si tomaban la tierra y la entregaban al pueblo en general. La realidad agraria mostraba por qué los campesinos no soportaban más, pues su situación no mejoraba aun cuando en 1861 se eliminó la servidumbre en Rusia, que lejos de solucionar sus necesidades, empujó a muchos a trabajar por un salario miserable, ya que la mayoría no contaba con tierra suficiente:

El total de tierra laborable enclavada dentro de los confines de la Rusia europea se calculaba, en vísperas de la primera revolución, en 280 millones de deciatinas[1]. Las tierras comunales de los pueblos ascendían a unos 140 millones, los dominios de la Corona a cinco millones, aproximadamente; los de la Iglesia sumaban, sobre poco más o menos, dos millones y medio de deciatinas. De las tierras de propiedad privada, unos 70 millones de deciatinas se distribuían entre 30.000 grandes hacendados, a los que correspondían más de 500 deciatinas por cabeza, es decir, la misma cantidad aproximadamente con que tenían que vivir unos 10 millones de familias campesinas[2].

Además, la distribución de la siembra era muy desigual: el campesino medio se quedaba con un octavo de cada siembra[3], mientras que los campesinos más acomodados concentraban más de la mitad. También, las maquinarias y los medios tecnológicos para el trabajo de la tierra estaban casi en su totalidad en las manos de la burguesía: según Lenin, “Del total de segadoras de cereales y heno (3.061), 2.841, es decir, el 92,8% se encuentran en manos de la burguesía campesina (1/5 de todas las haciendas)”[4].

Así las cosas, los campesinos no podían seguir esperando y por eso empujaban a la revolución desde abajo con sus propios métodos y acciones revolucionarias: tomas de tierras y expropiaciones de herramientas de labranza y del ganado. Por eso, la Revolución de Octubre tenía como horizonte romper radicalmente con una realidad agraria, cuyos elementos eran: la concentración de la propiedad en unos pocos; el acaparamiento de las cosechas y de las maquinarias por parte de la burguesía; y la combinación de campesinos sumidos en relaciones feudales y semifeudales con la proletarización de campesinos sin tierra.

En la víspera de la revolución, los bolcheviques seguían con mucha atención la situación campesina y, ante sus acciones revolucionarias, optan decididamente por luchar por el triunfo del campesinado. Para llevar a cabo esta tarea, de manera organizada y democrática, los campesinos debían tomar la tierra a través de sus organismos locales de decisión: los sóviets.

Consecuentemente, tan pronto triunfa la insurrección Lenin, en el Congreso de Soviets de toda Rusia, lee el decreto sobre tierra. Allí, Lenin plantea al Congreso que: “La gran propiedad sobre el suelo se declara inmediatamente abolida, sin ninguna indemnización”. En menos de treinta líneas, este decreto hacía realidad los deseos del campesinado pobre. Los otros cuatro puntos del decreto planteaban que las fincas de los terratenientes y las tierras de la Corona, de los conventos y de la Iglesia pasaban a manos de los comités agrarios y de los Soviets de diputados campesinos, hasta que la situación se resolviera en una Asamblea constituyente; también se proclama como “delito grave” cualquier daño a los bienes confiscados ahora en poder del pueblo; además, se plantea que no serán confiscadas las tierras de los campesinos humildes; por último, al decreto se añaden como guía los 242 mandatos campesinos[5].

Entre estos mandatos, guía para la “realización de las grandes transformaciones agrarias” estaba el reparto de tierras, que si bien no era una medida socialista como lo sería el trabajo colectivo de la tierra sobre la base de grandes explotaciones apoyadas en la agronomía, Lenin y los bolcheviques no vacilaron en dar vía libre al programa campesino con la convicción de que los mismos campesinos aprenderían de su experiencia. Lo importante, y ese fue el criterio bolchevique, era que con esta medida se asestaba un golpe enorme a la propiedad privada sobre los medios de producción y en esa medida ponía a los campesinos del lado de la revolución proletaria.

El triunfo de la revolución condujo a buscar todos los medios para acabar con el hambre en Rusia. Muestra de ello fue la creación del primer banco de semillas en el mundo, que fue posible por el impulso y la financiación del gobierno soviético a la labor del científico Nikolai Vavilov, quien investigó sobre la genética de las plantas para hacerlas resistentes a condiciones climáticas difíciles. Gracias a estos aportes, hoy en día existe el Banco Mundial de Semillas en Svalbard y fue la inspiración para los futuros estudios agrónomos.

Después de 103 años de la Revolución Rusa, el programa agrario y los métodos revolucionarios que lo hicieron posible deben llamar la atención de los trabajadores del campo y de la ciudad. Las lecciones de esta revolución son muy valiosas para los explotados del mundo, quienes ven que sus intereses no pueden ser defendidos más que por ellos mismos. Su organización independiente, la toma de decisiones democráticamente y el impulso de sus acciones revolucionarias, fueron la base sin la cual la alianza obrero-campesina no hubiese podido llevar al poder a los Soviets.

En distintas latitudes del mundo, los campesinos, cuando no son condenados al desempleo, se ven sometidos a la explotación de su trabajo en las plantaciones y en las grandes haciendas, sin acceso a la tierra y en condiciones de pobreza y aislamiento terribles. Por eso, como marxistas revolucionarios, debemos recordar a los trabajadores del campo y la ciudad aquella gesta histórica que barrió con burgueses y terratenientes, incluso en las condiciones más difíciles de la guerra. Hoy, cuando a pesar del desarrollo de la ciencia y de las fuerzas productivas, no se satisface el hambre del total de la población mundial, la Revolución de Octubre sigue siendo el horizonte de lo que son capaces obreros y campesinos que pusieron el campo y la ciencia al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas.

[1] 1 deciatina= 1.4 hectáreas
[2] Trotsky, León. Historia de la Revolución Rusa. El proletariado y los campesinos. 1932.
[3] “La desigualdad en la distribución de las siembras es muy considerable: 2/5 del total de los hogares (con cerca de 3/10 de la población, pues el número de miembros de la familia es aquí inferior al medio) tienen en sus manos cerca de 1/8 -de todas las siembras, perteneciendo al grupo pobre, que siembra poco y no puede cubrir sus necesidades con el ingreso de su agricultura. Después, los campesinos medios abarcan también alrededor de 2/5 de todas las haciendas y cubren sus gastos medios con los ingresos de la tierra (el Sr. Póstnikov estima que para cubrir los gastos medios de una familia se necesitan de 16 a 18 deciatinas de siembra). Por fin, los campesinos acomodados (alrededor de 1/5 de las haciendas y de 3/10 de la población) concentran en sus manos más de la mitad de todas las siembras”.
Lenin, V.I. El desarrollo del capitalismo en Rusia, 1972, p. 49.
[4] Ibídem. Págs. 52-53
[5] Entre las medidas que contenían dichos mandatos estaban: la abolición de la propiedad privada de la tierra sin indemnización y sin importar su procedencia. El derecho de uso de la tierra se concederá a todos los ciudadanos del Estado ruso (sin distinción de sexo) que deseen cultivarla con su propio trabajo, con la ayuda de sus familias o en asociación, pero solo mientras puedan cultivarla. No se permite el empleo de mano de obra contratada. La tenencia de la tierra se hará sobre la base de la igualdad, es decir, la tierra se distribuirá entre los trabajadores en conformidad con una norma laboral o una norma de subsistencia, dependiendo de las condiciones locales.
Trotsky, León. Historia de la Revolución Rusa. El Congreso de la dictadura soviética. 1932.


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